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12/20/2022
Talyailma
2 Reviews
Talyailma
1
Cereza seductora
Segundo perfume de la simbiosis perfecta entre Antonio como cara visible de Lunio y el maestro Daniel Josier.
He tardado varios días en diseccionar esta bestia magnífica que es Cherry fever, y puedo decir que he disfrutado de cada estrato desvelado, de cada matiz y giro imprevisto.
Cherry Fever está vivo: cambia, baila, se esconde y hasta te guiña un ojo entre burlón y lascivo. Tan vivo, que juraría que he visto respirar el frasco por el rabillo del ojo.
En su salida inicial, recibo un golpe de pura cereza dulce, de piruleta infantil pero muy alejada de la inocencia que debería poseer: Una caperucita roja disfrutando de su chuchería mientras mira fijamente al lobo a ver si se la come a ella en vez de a la abuelita. Esa sensación dura un minuto, dos a lo sumo, pero es de un sensualidad culpable que corta la respiración.
Luego, el heliotropo, la modesta flor violeta que soñó ser orquídea frutal, con su aroma a vainilla embebida en cereza, se despliega más allá de ese inicio: La vainilla no es sintética ni plástica sino cremosa y aérea, pero con un dulzor que queda encorsetado con una empalizada de canela tostada, no molida sino de corteza crujiente y amaderada e incluso con un punto picante de pimienta, que rescata toda la salida del cualquier atisbo de empalagamiento excesivo. La madera de agar, no es intrusiva ni animal, de hecho es imperceptible, y está como puntal que sostiene todo lo etéreo, dotándole de cuerpo y densidad.
Esa mezcla, genera un acorde alquímico imprevisto y delicioso de almendras dulces, que siempre me recordará al destino de los amores correspondidos, correción del malpensar de Juvenal Urbino, que permanecerá cosido a la piel durante toda la vida del perfume.
Una salida, en fin, que costea lo gourmand sin traspasarlo, de una sensualidad felina, lujuriosa y elástica, como la caricia leve de unos labios jugosos contorneados de caramelo denso y pegajoso, de esos que quedan tatuados en el cuello como recordatorio de un beso imprudente.
Y llega la magia en el secado; una primera parte, que aparece en torno a la hora, donde la auténtica fruta se abraza al fin con el heliotropo y le dota de un punto de acidez que se amalgama contra un cuero sutil, fino, muy lejos de la gamuza de señorito bien peinado, sino un cuero canalla de chaqueta fina, bien pulida y brillante, dejada a la intemperie, sobre cerezos cuajados de flores y frutos.
En este punto, como a las 3-4 horas, se unen al coro, un ambar caleidoscópico, de esos que doran la transparencia de la luz, sobre el que humea una resina de benjuí, oleosa, rojiza y primitiva, reminiscencia de chamanes de rostro curtido y hogueras de madera tostada al rojo vivo, donde a su amor, chisporrotean las hojas de un pachuli licoroso y terral, conformando una suerte de kirsch ahumado y feral.
Aquí, el perfume se transforma en un animal al acecho: te envuelve, parece que te abandona y cuando te mueves, te llegan zarpazos de aroma intenso, a veces dulce, otras ahumado y hasta alcohólico pero siempre cereza pero en distintas partes de su viaje que termina, en mi piel, a las 7-8h de su inicio.
Cherry Fever es un perfume Rojo, cálido y caliente, de una oscura sensualidad de terracota húmeda en distintas capas, que cambian como el corazón enamorado, con una sexualidad insultante y culpable, de mirada canalla con la novia camino al altar, de cereza líquida que gotease por la cara interna de un muslo, buscando ser lamida hasta su misma raiz, de cuento infantil en plena adolescencia, lobo con piel de cordero, licor compartido labio a labio, tibio y pungente. Lengua de colibrí fugaz empapada en nectar.
Cherry fever es amor culpable, más deseo que amor, más amor que lascivia, según el día y su latido.
Es un perfume que secuestra. Lo advierto, si te lo pones, llama ya a la policía.
Yo ya estoy perdido.
He tardado varios días en diseccionar esta bestia magnífica que es Cherry fever, y puedo decir que he disfrutado de cada estrato desvelado, de cada matiz y giro imprevisto.
Cherry Fever está vivo: cambia, baila, se esconde y hasta te guiña un ojo entre burlón y lascivo. Tan vivo, que juraría que he visto respirar el frasco por el rabillo del ojo.
En su salida inicial, recibo un golpe de pura cereza dulce, de piruleta infantil pero muy alejada de la inocencia que debería poseer: Una caperucita roja disfrutando de su chuchería mientras mira fijamente al lobo a ver si se la come a ella en vez de a la abuelita. Esa sensación dura un minuto, dos a lo sumo, pero es de un sensualidad culpable que corta la respiración.
Luego, el heliotropo, la modesta flor violeta que soñó ser orquídea frutal, con su aroma a vainilla embebida en cereza, se despliega más allá de ese inicio: La vainilla no es sintética ni plástica sino cremosa y aérea, pero con un dulzor que queda encorsetado con una empalizada de canela tostada, no molida sino de corteza crujiente y amaderada e incluso con un punto picante de pimienta, que rescata toda la salida del cualquier atisbo de empalagamiento excesivo. La madera de agar, no es intrusiva ni animal, de hecho es imperceptible, y está como puntal que sostiene todo lo etéreo, dotándole de cuerpo y densidad.
Esa mezcla, genera un acorde alquímico imprevisto y delicioso de almendras dulces, que siempre me recordará al destino de los amores correspondidos, correción del malpensar de Juvenal Urbino, que permanecerá cosido a la piel durante toda la vida del perfume.
Una salida, en fin, que costea lo gourmand sin traspasarlo, de una sensualidad felina, lujuriosa y elástica, como la caricia leve de unos labios jugosos contorneados de caramelo denso y pegajoso, de esos que quedan tatuados en el cuello como recordatorio de un beso imprudente.
Y llega la magia en el secado; una primera parte, que aparece en torno a la hora, donde la auténtica fruta se abraza al fin con el heliotropo y le dota de un punto de acidez que se amalgama contra un cuero sutil, fino, muy lejos de la gamuza de señorito bien peinado, sino un cuero canalla de chaqueta fina, bien pulida y brillante, dejada a la intemperie, sobre cerezos cuajados de flores y frutos.
En este punto, como a las 3-4 horas, se unen al coro, un ambar caleidoscópico, de esos que doran la transparencia de la luz, sobre el que humea una resina de benjuí, oleosa, rojiza y primitiva, reminiscencia de chamanes de rostro curtido y hogueras de madera tostada al rojo vivo, donde a su amor, chisporrotean las hojas de un pachuli licoroso y terral, conformando una suerte de kirsch ahumado y feral.
Aquí, el perfume se transforma en un animal al acecho: te envuelve, parece que te abandona y cuando te mueves, te llegan zarpazos de aroma intenso, a veces dulce, otras ahumado y hasta alcohólico pero siempre cereza pero en distintas partes de su viaje que termina, en mi piel, a las 7-8h de su inicio.
Cherry Fever es un perfume Rojo, cálido y caliente, de una oscura sensualidad de terracota húmeda en distintas capas, que cambian como el corazón enamorado, con una sexualidad insultante y culpable, de mirada canalla con la novia camino al altar, de cereza líquida que gotease por la cara interna de un muslo, buscando ser lamida hasta su misma raiz, de cuento infantil en plena adolescencia, lobo con piel de cordero, licor compartido labio a labio, tibio y pungente. Lengua de colibrí fugaz empapada en nectar.
Cherry fever es amor culpable, más deseo que amor, más amor que lascivia, según el día y su latido.
Es un perfume que secuestra. Lo advierto, si te lo pones, llama ya a la policía.
Yo ya estoy perdido.
